a Rina Mayorga, bibliotecaria
in memoriam
No era un edificio monumental como la de Asurbanipal en Nínive, ni un inmenso templo del saber como la de Alejandría o desaforada como la que describe Borges.
Apenas una casita prefabricada ubicada en la Avenida Universitaria de Managua.
Me llevó un amigo después de almorzar en un comedor para estudiantes con comida barata y sabrosa. Después que comimos me pidió que le acompañare, me dijo que era un lugar donde él iba con frecuencia “a consultar libros”.
Caminamos unos cincuenta metros en un sendero de tierra y dimos con el lugar.
Una voz nos dijo que nos limpiáramos de lodo los zapatos. Entramos. No vi anaqueles, ni fichero alguno donde buscar las obras. Mi amigo abrió un desvencijado archivador y allí, abiertos, estaban los libros. Él tomó uno y se puso a leer, me dijo que estaba en la página donde lo dejó la última vez. No había que buscar, bastaba con desear el libro y aparecía.
Quise leer algo de literatura fantástica, no me apareció el libro que deseaba, la biblioteca me dio una antología donde estaba un cuento del autor deseado. La antología era como la biblioteca, te guiaba en su lectura, el índice podía adoptar variadas formas según lo pensaras, las ilustraciones del libro eran más vívidas que una película en tercera dimensión. Leí el cuento del autor deseado y luego el libro
me metió dentro de dos cuentos más.
La voz de mi amigo me sacó del ensueño. Debíamos regresar al trabajo. Por indicación de mi amigo metí el libro en el archivador desvencijado. Allí te va a aparecer cuando regresés, eso si no deseas leer otro, me dijo.
Regresamos al comedor donde el otro compañero se quedó conversando y cuidando nuestras cosas, en especial mi sombrero panamá que tanto estimo.
Regresamos al trabajo y el que me guio me dijo: Ojalá encontrés el lugar en un sueño próximo.
Alejandro Bravo
9/mayo/2021