EL FARAÓN

Primero fue el cuento de la zarza ardiendo en plena corte. Lo escuchó por cortesía a quien una vez fuera Príncipe de Egipto. Luego éste amenazó y la vara de Aarón se convirtió en serpiente y devoró a la vara del Sumo Sacerdote de Anubis, también convertida en reptil. Después fue la plaga de langostas, el agua del Nilo convertida en sangre y siguieron las plagas hasta que el Ángel Exterminador descendió aniquilando a todos los primogénitos del Reino.

 

Hasta entonces accedió el Faraón a liberar a los hebreos de la esclavitud, llorando ante el grupo de sacerdotes que embalsamaba a su hijo mayor. Una vez sepultado el príncipe con todas las riquezas de su rango, se llenó de ira y lanzó sus carros de guerra en persecución de los esclavos que se alejaban.

 

Los alcanzó a las orillas del Mar Rojo. Entonces Moisés alzó los brazos invocando a su dios. El mar se partió en dos y los abuelos de los que morirían en Auchwitz se alejaron de Egipto.

 

El Faraón, que era dios por la ley, una vez que repuso de la impresión que le causó el truco  que Jehová copió de Cecil B. de Mille, envió a sus carros de guerra a través de la avenida llena de charcos que se formó entre las columnas de agua.

 

Antes de alcanzar a los abuelos de quienes masacrarían palestinos, el mar aplastó al ejército del Faraón.

 

Entonces, Ramsés II, el invicto, se volvió a sus generales y dijo con rostro aburrido:

 

¡Al fin expulsé de mi reino a esos esclavos indeseables!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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