LAS DOS MUERTES DE BILLY THE KID

Todos creen que William Henry McCarthy murió a manos del infame Pat Garret  en una noche de julio. Hubo quien mostró un pañuelo ensangrentado que dijo había empapado en el charco que se formó en la calle de las heridas de escopeta que terminaron con la vida de mi amigo. Somos muy pocos los que sabemos la verdad sobre las dos muertes de mi amigo. La que todos tienen por cierta  y la muerte verdadera de quien fuera mejor conocido como Billy The Kid.

Conocí a Billy cuando me enrolé en el grupo llamado Los Reguladores, que perseguía a los asesinos del ranchero John Tunstall, que se había enfrentado a un grupo de ganaderos, jueces, políticos, militares y empresarios que controlaban el territorio con estilo gansteril.  Poco duró esa persecución. Los delincuentes de cuello blanco le dieron vuelta al asunto, pronto Billy y los Reguladores pasamos de estar al lado de la ley a ser bandidos buscados, con la cabeza puesta a precio.

Todos los Reguladores seguimos a Billy como nuestro líder, juramos vengarnos de los malditos que mandaron a asesinar a John Tunstall y que nos habían empujado a estar fuera de la ley. Pasamos a golpear al grupo de malditos donde más les dolía, en sus intereses. A robar su ganado para venderlo en México, pasamos a llamarnos los Cuatreros. Solo uno de los Reguladores no nos siguió, el infame Pat Garret le vendió su alma a los corruptos que hacían llamar The Ring a su grupo de poder, lo nombraron Marshall del territorio, dedicó sus mejores empeños en perseguirnos.

A los Cuatreros se nos unió sangre nueva, una de las mejores adquisiciones fue Paul Cremor, no porque fuera buen tirador o mejor arriero, sino porque era igualito a Billy The Kid. Eso permitió hacer crecer la leyenda de Billy, pues dábamos dos golpes a la vez en lugares distantes, el enemigo estaba confundido. Subieron el precio a nuestras cabezas y cazaron a alguno de nosotros.

Billy despreciaba a los mexicanos, se decía que no llevaba la cuenta de los que había matado, pero su amante era de origen mexicano. Una noche envió a Paul Cremor a dejarle un dinero a la mujer. Cuando no regresó al día siguiente envió a un chico nuevo al pueblo para indagar. Regresó con la noticia que el cadáver de Cremor era exhibido en el pueblo como un macabro trofeo, Pat Garret posando a la orilla del ataúd barato donde pálido y agujereado yacía supuestamente Billy The Kid. Decidimos que era hora de largarse de Nuevo México, salimos para California como alma que se la lleva el diablo, compramos un par de carabinas Sharp, carne seca y whisky barato como salvoconducto para cruzar por territorio indio, entregándolo a los que salieran a reclamar por nuestra presencia en su tierra y no paramos hasta llegar a San Francisco en septiembre. El plan era alejarnos del oeste lo más que pudiéramos y con el dinero obtenido por la venta del ganado en México abrir un salón al estilo del oste en New York. Para ello debíamos viajar por Panamá o por la Ruta del Tránsito, en Nicaragua.

Conseguir un pasaje era cosa de locos, el puerto de San Francisco, con la Fiebre del Oro había pasado de ser un pueblo de mil habitantes a una ciudad moderna de 25,000 almas en dos años. Teníamos dos meses de estar deambulando por la ciudad cuando Billy llegó con la noticia que estaban reclutando gente para ir a Nicaragua donde se estaba librando una guerra civil. Para evadir la Ley de Neutralidad se firmaba un contrato de colonización por el que se recibiría de parte del Gobierno de Nicaragua una donación de doscientos cincuenta acres de tierra. Billy que había sigo vaquero en el rancho del asesinado John Tunstall me dijo, es nuestra oportunidad, con la tierra que recibamos y la que compremos podemos convertirnos en potentados y le firmamos el contrato a un tal Garrison. Salimos para Nicaragua en el vapor Cortés, un 21 de diciembre de 1855 junto con 150 hombres más.

El viaje hasta San Juan del Sur duró diez días, llegamos a una pequeña bahía rodeada de cerros. Allí estaba esperando un oficial de la Falange Americana que formó a los hombres que desembarcamos con la estafeta que nos entregó Garrison. Nos dieron ropa para cambiarnos. Un sombrero de fieltro, camisa azul de franela, pantalones de pana, un par de revólveres Colt, tipo Walker de seis tiros calibre 44, un fusil carabina Enfield con cañón de 44 pulgadas con estrías  para bala tipo Minie y un cuchillo de monte tipo Bowie. Nos formaron en varias filas y marchamos hacia el puerto lacustre de La Virgen, unas doce millas de marcha, íbamos  cantando Yankee Doodle y Hail Columbia. El oficial al mando de vez en cuando echaba vivas al coronel Walker, que después supimos que era el jefe de la Falange Americana. Esta tierra es toda verde, llena de árboles enormes, con monos y pájaros multicolores, calurosa, nada parecida al desierto que es New Mexico de donde veníamos. Llegamos a un lago con olas que más parece un mar.  Esa noche dormimos en un puertecito lacustre llamado La Virgen y al siguiente día embarcamos para Granada, vigilados por dos enormes volcanes azulados que están en una isla frente al puertecito.

Granada vista desde el lago es una ciudad impresionante, varias iglesias alzan sus torres, una de ella medio destruida por los cañonazos de la última guerra civil, una pequeña fortaleza domina la rada de la ciudad y enlaza el fuego de su cañones con un fuertecito ubicado en una de las muchas pequeñas islas que están en un costado de la rada. Desembarcamos y nos formaron, entramos marcando el paso lo más marcialmente que pudimos y fuimos alojados en un antiguo convento llamado San Francisco.

Nuestro jefe, William Walker había llegado contratado por los liberales, cuya ciudad principal es León en el occidente del país. Con un audaz golpe de mano se había tomado Granada, la ciudad de los conservadores en el oriente, forzó a los contendientes de una guerra civil de varios años firmar la paz y lo nombraron Comandante en Jefe del Ejército con rango de General. Nosotros llegamos de refuerzo a las primeras tropas que llegaron con él al país y se hacían llamar Los Inmortales.

Al principio la pasamos de maravilla, paga puntual y buen rancho: fino pescado del lago, pavo o un buen bistec, acompañados invariablemente de tortillas, plátanos fritos y frijoles. Las frutas tropicales, para Billy y para mí que veníamos del desierto  de New Mexico eran una exótica bendición, dorados mangos, bananos de oro, piñas dulcísimas, sandías, papayas, además con ellas las cocineras de estos parajes hacen almíbares y cajetas dignos de la mesa de un sultán. Billy y yo que medio hablábamos español por nuestra relación con mexicanos allá en el norte éramos privilegiados en la relación con los locales. Billy, que despreciaba a los latinos pero sentía debilidad por la belleza morena de las mujeres se metió en una relación con una mujer de la calle de Santa Lucía llamada Ramona Cabrera.  En la Plaza Mayor de la ciudad nos ejercitábamos en maniobras de marcha y contramarcha, la gente acudía a vernos pues nos preferían a los soldaditos descalzos y sin uniforme de los ejércitos liberal o conservador y alguno expresaba: ¡Llegó el progreso!

Todo iba bien hasta que fusilamos a dos prominentes locales, un tal Mateo Mayorga que había sido Secretario de Estado y al General Ponciano Corral, Ministro de la Guerra que traicionó a Walker, a quien se le interceptó una correspondencia donde advertía a políticos nicaragüenses y centroamericanos  que nuestro Jefe albergaba peligrosas ambiciones, que quería convertirse en Presidente de Nicaragua. A partir de la Falange Americana planeaba crear un poderoso ejército para conquistar a los demás países de Centroamérica, echar a los españoles de Cuba y crear una Federación de estados esclavistas en el centro de las Américas. Un imperio con William Walker como emperador.

Corral era muy popular, lo que hicimos con su  muerte fue crear un mártir cívico. Fue fusilado a un costado de la Parroquia de Granada, cuando cayó después de la descarga la gente que estaba presenciando corrió a empapar pañuelos con su sangre y las mujeres cortaron mechones de su cabello antes que pudiéramos reaccionar. La guerra volvió a Nicaragua, esta vez contra nosotros.

La muerte de Corral desató una tormenta. Un grupo de los conservadores de alzó en armas en Nicaragua, en todo Centroamérica levantaron tropas contra Walker. Yo le expresé mis temores a Billy. Estos greassers no son  rivales para nosotros, solo mira sus fusiles de chispa, son de antes de Napoleón y sus guerras europeas, después de un disparo deben realizar una maniobra complicada para volver a cargar su fusil, a 50 metros es muy difícil dar en el blanco.

Pero los greassers resultaron un hueso duro de roer. Walker decidió invadir al vecino del sur, Costa Rica, para evitar cualquier amenaza en la Ruta del Tránsito, su línea de suministros y refuerzos desde Estados Unidos, convenció al pusilánime Presidente Provisorio Patricio Rivas para que le declarar la guerra  a Costa Rica.  Fuimos 280 hombres al mando del coronel húngaro Luis Schlessinger, militar de carrera, organizados en tres compañías. En la hacienda Santa Rosa nos sorprenden los ticos, como llaman en estos lares a los costarricenses. Un pequeño ejército de unos seiscientos hombres con dos piezas de artillería, una compañía de lanceros, todos con modernos fusiles y pistolas, uniformados a la usanza europea. La derrota fue total y la huida vergonzosa. Billy y yo, gracias a nuestra habilidad de escapar de los hombres de Pat Garret en New Mexico logramos salir con vida, nos robamos unos caballos y llegamos a Rivas, una larga carrera de unas veinte millas.

Allí en Rivas nos dimos cuenta que el Presidente Provisional Patricio Rivas también traicionó la causa y huyó de Granada. Walker lo desconoció y llamó a elecciones presentándose como candidato. La tormenta se volvió huracán con la elección de Walker como Presidente de Nicaragua, como a  todos los de la Falange Americana  se nos había concedido la ciudadanía nicaragüense votamos más de una vez por nuestro general.

Unas tropas del llamado Ejército del Septentrión cortaron el suministro de reses que desde Chontales llegaban a Granada, para el abastecimiento de carne a la ciudad y especialmente a la tropa. El mismísimo general Walker nos mandó a llamar a Billy y a mí.

-Entiendo míster McCarthy que usted fue cowboy en New Mexico, dijo.

-Sí mi general- respondió Billy- y de los buenos.  Sonrió Walker,

-Tan bueno que fue cuatrero con precio su cabeza, jefe de cuatreros, muy afamado y llamado Billy The Kid-.

Volvió hacia mi sus ojos grises y me dijo:

-Usted fue su mano derecha en esas andanzas. Bueno, eso fue el pasado, ahora estamos todos construyendo una gran nación. Voy e enviar un destacamento a batir a ese grupito de facinerosos que están obstruyendo el tráfico de ganado entre Chontales y Granada. Los otros son militares, ustedes con sus dotes de cowboys  son los responsables que un importante hato llegue hasta aquí-.

– Sí mi general-, respondimos.

Al salir de la casa de dos pisos frente a la plaza, que Walker hacía llamar Casa Presidencial, Billy me dijo, hermano ya se nos hizo. Después de esta vamos a subir como la espuma, cuando ganemos esta guerra vamos a ser muy ricos.

Salimos de Granada con rumbo a Tipitapa, un total de 63 hombres. Al mando  iba Byron Cole, el abogado de New York que hizo posible el contrato para que Walker viniera a Nicaragua, el tipo quería “saborear una batalla”, no tenía formación militar alguna. En Tipitapa nos informaron que una fuerza de unos 200 hombres del Ejército del Septentrión ocupaba la hacienda San Jacinto, eran los que impedían el tráfico del ganado. La Hacienda estaba a unas seis millas de Tipitapa, dormimos en ese pueblo, antes al amanecer salimos a sorprender a los greassers.

Cuando llegamos todavía había neblina, no nos vieron aparecer. Byron Cole dividió la fuerza en tres cuerpos o grupos, puso bajo el mando de Robert Milligan un ex teniente de ejército al primer grupo, el segundo al mando del Mayor O’Neal y el tercero al mando del Capitán Watkins. El ataque al enemigo debía realizarse en tres puntos, y las armas a utilizarse eran principalmente revólveres.  Aquello fue un huracán de plomo que cayó sobre los soldados nicaragüenses que ocupaban unos corrales de madera de la hacienda como defensa.  Fueron aniquilados en el acto, otros que estaban mejor parapetados en unos corrales de piedra abrieron fuego con sus anticuados fusiles de chispa deteniendo nuestro avance, pero después disparar debían  recarga y eso tomaba tiempo. Billy me dijo, dame tus revólveres y cubrime con tu carabina, una banda de greassers no me va a separar de la riqueza que ya siento que me llama.

Le di mis revólveres, con la carabina Sharp de carga rápida le cubrí.  Le vi avanzar magnífico derribado con tiro certero a cuando enemigo le salía al paso y yo a la distancia limpiando su camino, se le agotaron los tiros de los revólveres que llevaba en mano, se los colocó al cinto y tomó los que yo le di  cuando un tipo saltó de unos corrales le lanzó una piedra que  le asestó en la frente, Billy soltó las armas, se llevó una mano instintivamente a la frente de la que brotaba la sangre  como una fuente. Me quedé congelado mientras veía cómo mi amigo, mi jefe en tantas correrías se desplomaba, el que persiguió a los asesinos de su amigo John Tunstall al frente de los Reguladores, el que  fuera de la ley fundara los Cuatreros, el que había eludido las balas de los hombres de Pat Garret caía como cayó el gigante Goliat de una simple pedrada. Me acordé de una balada que cantaba Bob Dylan, uno de los Cuatreros cuando caía alguno de los nuestros:

Mama put my guns

in the ground

I can´t shoot them anymore.

That black cloud

is comin´ down.

Feels like I´m knockin´

on heaven’s door

(Mama pongo mis armas

en el suelo

Ya no puedo dispararlas.

Esa nube negra

está bajando.

Siento como si yo estuviera llamando

en las puertas del cielo) [1]

Sonaron unos tiros por la retaguardia y sentimos  retemblar el suelo  por una carga de caballería, hubo una huida más vergonzosa que la de Santa Rosa. No paramos de correr hasta Granada. Cuando los granadinos se dieron cuenta de la muerte de Billy hostigaban a su viuda con un juego de palabras con su nombre, retorcían el Ramona Cabrera llamándola Ramera Cabrona, la mujer se tuvo que ir de la ciudad y nunca más se supo de ella.

Después todo fue de mal en peor. Los centroamericanos enviaron miles de hombres contra nosotros y los amigos de Walker que le apoyaban con el envío de hombres y armas a través de la Compañía del Tránsito perdieron el control de la misma frente al Comodoro Vanderbilt.

Cercaron Granada. El general Walker se fue para Rivas con la esperanza que le llegaran refuerzos desde California y dejó al mando de la ciudad al General Henningsen, otro húngaro que había luchado en la guerra de independencia de su país.

Ha sido dura la pelea, Walker ordenó que si Granada no es suya no será de nadie y Henningsen nos dio la orden de quemar la ciudad. Estamos en la iglesia de Guadalupe a la orilla del Gran Lago, esperando un vapor que vendrá a rescatarnos. No pienso seguir en este país, en cuanto se me presente la oportunidad voy a desertar, me voy para Panamá con el dinero que he podido reunir para poner una posada y aprovechar que el tránsito de americanos por ese país es menos peligroso que en estas tierras.

Puedo oír a los nicaragüenses que sabiendo que estoy aquí, rodeado por ellos, de mi amistad con Billy y la mujer de la calle Santa Lucía que fue su amante, cantan burlonamente a todo pulmón:

A la pobre mama Ramona

la gran vaina le pasó

por meterse con los yanques

el diablo se la llevó.[2]

 

Alejandro Bravo

Guatemala, 07/marzo/2021

 

 

 

 

 

 

[1] De la canción Knockin´on heaven’s door de Bob Dylan

 

[2] Canción popular nicaragüense anónima, de los días de la Guerra Nacional Antifilibustera

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